“Conócete a ti mismo”

De Delfos a Sócrates (y algo más allá)

Hugo Ortega Gómez
17 min readOct 22, 2020

Entonces intervino Eutidemo: — Ten la seguridad de que creo firmemente, Sócrates, que el conocimiento de sí mismo debe tener la máxima importancia, pero ¿cómo hay que empezar a conocerse a sí mismo?

(Jenofonte: Recuerdos de Sócrates)

Proemio

Rodeados aún por tinieblas, hemos emprendido la marcha. La pendiente en ascenso obligaba al silencio, mientras la ruta bordeaba la imponente montaña, enfilando hacia Oriente. El próximo amanecer fue mostrando poco a poco la larga procesión ascendente y los campos de olivos que nos flanqueaban. De súbito, un giro del camino, el otro faldeo del Monte Parnaso y el resplandor áureo de los primeros rayos del sol. Y el acceso al Santuario, hasta ese momento oculto a la mirada.

Luego de las abluciones en la Fuente Castalia, continuamos el ascenso zigzagueante a través de la Vía Sacra. A ambos lados, colosales esculturas de devoción y gratitud: toros de plata, caballos de bronce, por allá Atenea, allí Ártemis. Entre ellas, los sagrados laureles de Apolo. Acá el omphalos de mármol y las gradas del Templo. Un olor dulzón lo impregna todo. Miro hacia arriba y leo ΓΝΩΘΙ ΣΑΥΤΟΝ: “conócete a ti mismo”.

El dilema de Jano

Nuestra forma cotidiana de experimentar la temporalidad es, muchas veces, contradictoria. Resaltaré los dos extremos de esta tensión, como un intento de hacer patente la complejidad en que habitualmente habitamos, aunque muchas veces no nos percatemos de ello.

De un lado, aquella especie de sacralización del tiempo pasado, que lo sitúa prácticamente en contigüidad a la noción de un tiempo originario concebido como “Edad de Oro” de la civilización. En aquellas amargas lamentaciones acerca de cómo los jóvenes han olvidado las “buenas costumbres”, ¿no resuenan acaso los ecos del paraíso perdido por causa de la desobediencia? A la vez, sabemos que ese idílico pasado carecía, en muchos aspectos, de los atributos que gustamos otorgarle: esclavitud, miseria y hambre eran parte de lo cotidiano.

En el otro extremo, la idea del progreso que fue construida durante la Ilustración nos impele a confiar en el desarrollo de las sociedades, en la humanidad dejando atrás su era infantil, y en el irrefrenable avance de la historia. Sin embargo, las peores amenazas a la supervivencia humana y planetaria de la última centuria han derivado del conocimiento tecno-científico alcanzado por el denominado “primer mundo”, justificando de sobra múltiples distopías futuristas que reflejan los temores ante el progreso de la humanidad.

Esta coexistencia en nuestra mentalidad, de un nostálgico anhelo por un pasado glorioso y a la vez de confianza en el desarrollo y progreso, pocas veces la vivimos como contradictoria. Echamos mano a uno u otro argumento según la conveniencia del momento, tal como intenté ejemplificar anteriormente. A la base, está el sesgo del observador: aplicamos nuestra mentalidad, irremediablemente situada en el presente, para intentar analizar el pasado y proyectar el futuro. Explicar el tiempo pretérito usando las categorías y el lenguaje del presente nos condena a un anacronismo carente de sentido.

Gnothi seauton: “conócete a ti mismo”. ¿Qué les decía a los griegos? ¿De qué manera interpelaban estas palabras a quienes peregrinaban a Delfos? ¿Qué nos podrán decir a nosotros, a casi 2.500 años de distancia?

Palabras divinas, conversaciones humanas

Nuestra ascendencia cultural, mayormente europea y occidental, se regocija al encontrar en la antigüedad griega aquellos cimientos que permitieron, gradualmente y a lo largo de muchos siglos, la construcción de las sociedades en que hoy vivimos. Aquel esplendor y magnificencia, que aún hoy pervive en los restos arqueológicos, nos mueve a atribuirles rasgos sublimes y perennes a distintos elementos culturales que surgieron hace ya más de dos mil años.

Pocas veces nos percatamos que nuestra apreciación resulta anacrónica, ya que les aplicamos nuestras actuales formas de comprensión, nuestros conceptos y nuestro ethos, asumiendo que en aquella remota época indicaban algo semejante a lo que hoy nos señalan. Creemos vernos en un espejo, imagen reflejada que sustentaría nuestra idea de continuidad cultural a través de siglos y continentes. A lo sumo se trata de un espejismo, desdibujado a través de las centurias que han depositado sus capas de generaciones, de saberes encontrados y luego abandonados, de novedades técnicas que caen en desuso ante las tecnologías que les remplazan.

En su monumental obra La rama dorada, James G. Frazer propone que las sociedades pasan sucesivamente por tres etapas o fases, determinadas por la forma en que se aproximan a la comprensión del mundo natural y del ser humano. En la primera de ellas, la Magia es usada como vehículo para intentar modificar los fenómenos de la naturaleza, los cuales son experimentados como inaccesibles a los intentos humanos de comprensión. Le sucede a esta etapa la de la Religión, durante la cual los fenómenos observados son concebidos como expresiones de decisiones divinas, y en consecuencia el actuar humano se aboca a congraciarse con las divinidades. La última etapa intenta explicar la realidad natural apelando a la Ciencia, por lo que la posibilidad de injerencia humana queda supeditada a la formulación de las leyes naturales que permitirán una adecuada comprensión de la complejidad del mundo.

No obstante, las transiciones entre las tres etapas señaladas por Frazer no son definitivas, pudiendo observarse la coexistencia de ciertos elementos característicos de una de ellas en el marco global de otra, además de la permanencia de ciertos resabios o sedimentos de las etapas previas en las ulteriores. La cultura helénica clásica nos ha legado diversos registros en los cuales es posible constatar estas fases y sus transiciones, por lo que el esquema conceptual de Frazer será utilizado para sustentar las reflexiones que siguen.

El origen mítico de Delfos

Se cuenta que Zeus hizo volar dos águilas desde cada uno de los extremos del mundo, y que dichas aves se encontraron en el cielo sobre los faldeos del monte Parnaso. Este lugar, asumido en consecuencia como el centro del mundo, era Delfos. Allí se ubicó un huevo de piedra, al cual se llamó omphalos (“ombligo”).

Se dice también que Zeus sedujo a Leto, perteneciente al linaje de los Titanes, con quien engendró dos gemelos. Al enterarse Hera, la esposa de Zeus, decretó la prohibición de que se le asistiera en el parto, y ordenó la persecución de la gestante por parte de la serpiente gigante llamada Pitón. Poseidón desobedeció a Hera, y permitió que Leto encontrara refugio en una isla; después de un trabajoso parto aferrada a un olivo nació Artemisa, que a su vez asistió a su madre para que naciera su gemelo Apolo.

Ambos hermanos eran diestros en el uso de arco y flecha, y fue mediante ellas que Apolo cobró venganza y dio muerte a la serpiente Pitón, que tenía su guarida en Delfos. Luego de esto, desvió de su trayecto a un navío de cretenses y les dio por nuevo hogar esta localidad, haciéndoles construir un Templo alrededor del omphalos para establecer allí un Oráculo en su honor. Enamorado de la ninfa Dafne (pero rechazado por esta), Apolo la persiguió hasta que ella fue rescatada por su padre, quien para salvarla la convirtió en un laurel: desde entonces, dicho arbusto y sus hojas se convirtieron en símbolo de este dios. Se cuenta que Apolo vivía nueve meses seguidos en Delfos, mientras que en los tres invernales se trasladaba hacia el norte a vivir con los hiperbóreos, más allá de los límites terrestres conocidos. Durante estos meses, Dioniso ocupaba las estancias de Delfos.

El Templo de Apolo en Delfos

Se considera que los cultos divinos en Delfos se remontarían al siglo X a. n e. En su origen, habrían estado destinados a Gea, divinidad terrestre primordial, y tal vez llegaron a estar compartidos con su descendiente mítico Poseidón, quien además de ser considerado señor de los mares era una divinidad telúrica. Alrededor del siglo VIII a. n. e., el culto principal en Delfos estaba destinado a Apolo, deidad venerada en la figura del sol y considerado protector de las diferentes artes y de la razón; pero, al mismo tiempo, se le atribuía la capacidad de dar muerte desde lejos mediante sus flechas –siendo asociado de esta manera a las epidemias–, y era considerado como la divinidad propiciatoria de las purificaciones, ya que él mismo había debido expiar la muerte que ocasionó a Pitón.

Entre los siglos VIII y VII a. n. e. el mundo helénico comenzaba a cimentar la influencia y desarrollo que alcanzaría en los siglos siguientes, apoyándose en las nacientes polis. En muchas de ellas existían santuarios –consagrados a diferentes divinidades– que estaban destinados a funciones oraculares. Delfos, ubicada en las laderas de una cadena montañosa y a 700 metros sobre el nivel del mar, difícilmente podía aspirar a convertirse en una polis influyente, destacando más bien por su relativa inaccesibilidad. Los siglos siguientes, sin embargo, fueron decisivos para su consolidación como lugar de peregrinación, debido al renombre que fue adquiriendo el Oráculo de Apolo Délfico. De esta manera un tanto particular fue convirtiéndose, poco a poco, en el centro del mundo conocido por aquel entonces. No sólo concurrían hasta allí personas provenientes de las diferentes polis, sino que incluso llegaban de territorios más allá de la península e islas griegas, como Asia Menor y norte de África.

Fuente: Historia National Geographic.Delfos, el Oráculo del dios Apolo”.

A comienzos del siglo VI a. n. e. la Anfictionía, una coalición de las principales polis griegas y poblados circundantes, asumió el protectorado del recinto sagrado de Delfos. Aparte de garantizar a los peregrinos el acceso seguro al santuario, esta confederación se encargó de construir su muro perimetral y edificó tanto un nuevo Templo principal como un estadio para la realización de competiciones atléticas y musicales en honor a Apolo: serían los renombrados Juegos Píticos, donde cada cuatro años los triunfadores eran coronados de laurel. Por aquel entonces, Delfos ya era un complejo arquitectónico con varias edificaciones destinadas a diferentes fines, y con una acumulación creciente de ofrendas enviadas desde los diferentes lugares del mundo conocido. Al cabo de sólo 30 años de las obras mencionadas, un devastador incendio afectó a gran parte del complejo. La Anfictionía respondió con una reconstrucción que amplió tanto la extensión como la magnificencia del complejo sagrado. Se considera que fue durante estas obras cuando esculpieron, en el pronao del Templo de Apolo –por lo tanto, visibles para cualquiera que entrara al recinto–, las tres máximas que se volverían célebres a lo largo de los siglos: meden agan (“nada en exceso”), eggua para d’ate (“un juramento conduce a la perdición”) y gnothi seauton (“conócete a ti mismo”). La tradición griega indicaba como autores de estos aforismos a los Siete Sabios.

Entre los siglos VIII y V a. n. e., la cultura griega se consolidó tanto en sus aspectos internos (organización de las polis, generación de leyes, ensayos de distintas formas de gobierno) como en los externos (desarrollo de intercambio comercial con pueblos de la cuenca mediterránea oriental, establecimiento de colonias helénicas en dichos territorios). Fue, también, el periodo religioso más intenso para esta cultura, en el sentido planteado por Frazer. Se asume que la compilación de los relatos míticos orales habría comenzado con Homero en el siglo VIII a. n. e., dando inicio a una larga tradición de cantos y poemas de carácter mítico y heroico, mediante los cuales se narraban sucesos ocurridos en tiempos remotos. La escritura de estos versos se habría iniciado recién doscientos años después, para luego en el siglo V a. n. e. convertirse en fuente para las célebres tragedias del teatro griego. Todos estos relatos sustentaban la religiosidad de sus habitantes, pero no existían versiones dogmáticas vinculadas a prácticas estrictas de culto divino. Aún puestas por escrito, las versiones de un mito particular siguieron siendo múltiples, incluso a veces contradictorias.

Todos los niveles de la sociedad griega tenían incorporado el culto politeísta y la convicción en la influencia de las divinidades (y del Destino) sobre los eventos humanos. Allí se sustenta la proliferación e importancia de los Santuarios con funciones oraculares, donde era posible consultar a las divinidades antes de tomar una decisión relevante para la persona, su familia o una polis entera.

El funcionamiento cotidiano del Oráculo de Delfos fue modificándose en concordancia a estos cambios culturales. En sus inicios sólo recibía consultas una vez al año, luego el séptimo día de cada mes a excepción del invierno ya que Apolo estaba ausente, para finalmente recibirlas en numerosas ocasiones de los nueve meses restantes. Los representantes de las polis y pueblos de la Anfictionía tenían acceso preferente a las consultas, al igual que quienes habían sido generosos en las ofrendas enviadas por las respuestas recibidas. Los restantes pagaban las tasas establecidas, que eran mayores para consultantes en representación de polis o reinos extranjeros, que para consultantes individuales (fueran ciudadanos o foráneos). Independiente de la prioridad de acceso, siempre se debían cumplir con las purificaciones rituales y el sacrificio de una cabra previo al ingreso al Templo. Una vez en su interior, se efectuaba la consulta habitualmente en forma de alternativa (“¿es preferible esto o esto otro?”). La Pitia (denominación que recibía la “vidente”), al parecer envuelta en vapores subterráneos o producidos por la combustión de hojas de laurel, daba su respuesta desde el trípode que le servía de asiento. Esta era transmitida al consultante por el sacerdote del Templo, presumiblemente en forma verbal, lo cual resultaba distintivo de este Oráculo, ya que la mayoría de los otros emitían una respuesta por escrito.

Diferentes registros, sin embargo, plasmaron respuestas emblemáticas dadas por Apolo a través de la Pitia, las cuales eran característicamente ambiguas y malinterpretadas en un primer momento. Desde el vaticinio al mítico rey Edipo, que asesinaría a su padre y se casaría con su madre, hasta las respuestas que otorgó a Creso, Rey de Lidia (actual Turquía) a mediados del siglo V a. n. e., que desembocaron en su derrota ante los persas, la mayoría de las veces la exactitud del Oráculo sólo se volvía comprensible ante hechos dramáticamente consumados. La prudencia, entonces, aconsejaba reflexionar lo que se iría a consultar a Delfos en forma previa, pero sobre todo deliberar intensamente una vez obtenida la respuesta, para lograr aproximarse a comprender los designios divinos. En este contexto “nada en exceso”, “un juramento conduce a la perdición” y “conócete a ti mismo” perfectamente podían ser un claro recordatorio de que los seres humanos habitaban un mundo incomprensible que era, en esencia, gobernado por los dioses.

Atenas y su tábano

De entre las múltiples y por lo general ambiguas respuestas del Oráculo de Apolo en Delfos que pasaron a la posteridad, hay una célebre por ser inusualmente directa. Fue la que recibió Querefonte, cuando durante el siglo V a. n. e. preguntó si había alguien más sabio que Sócrates, y la respuesta fue que no lo había. No era una señal aislada. El mundo griego estaba experimentando variados cambios.

Los hoy denominados presocráticos –en realidad, un heterogéneo grupo de pensadores, la mayoría contemporáneos a Sócrates– habían comenzado a indagar en la naturaleza mediante el instrumento que les era común: el raciocinio. El átomo como unidad básica e indivisible de la materia, el agua como elemento primordial e indispensable sobre el planeta, el sol como una roca incandescente: todas ellas, fueron ideas propuestas en aquella época. En el seno de la etapa religiosa de la cultura griega, comenzaba a germinar la etapa de la ciencia.

En la por entonces cosmopolita Atenas, la innovación política llamada democracia surgía, se consolidaba y decaía a medida que transcurría el siglo V a. n. e. La guerra del Peloponeso, la peste y la derrota ante Esparta desembocaron en los Treinta Tiranos regentando brevemente la polis, antes de la restauración de una frágil democracia. Estos tiempos tumultuosos fueron el telón de fondo de la vida pública de Sócrates, pero también de la sustitución del mythos por el logos. Si hasta ese momento el relato que permitía acceder a la comprensión del mundo era la narración mítica, el razonamiento estricto de los presocráticos había comenzado a configurar un relato sustentado en la observación sistemática de la realidad: este tipo de discurso fue conocido como logos.

Pero, en la convulsa Atenas ya descrita, Sócrates desplazó el foco del razonamiento: desde los proyectos de explicación del cosmos a los esbozos de comprensión del ser humano. Más aún, su época y lugar eran la de los intentos de organizar una polis que se sustentara en sus ciudadanos, por lo que el acento no estaba en la individualidad del ser humano, si no que en tanto formaba parte de un colectivo. En este marco, retoma el ya célebre gnothi seauton.

«Dime, Eutidemo, ¿has ido alguna vez a Delfos? […] ¿Leíste entonces en algún sitio del templo la inscrip­ción Conócete a ti mismo?» (Jenofonte: Recuerdos de Sócrates). El aforismo es extraído por Sócrates desde aquel lugar consagrado a la comunicación con la divinidad, y es resituado en el espacio político, que no es otra cosa que el espacio público de la polis: el ágora. El diálogo con Eutidemo continúa alrededor de cómo debe uno comportarse consigo mismo y con los demás, cómo discernir entre lo bueno y lo malo, cómo ponderar la sabiduría y la felicidad, cómo gobernar con justicia una polis. El vínculo entre conocerse a sí mismo y comportarse adecuadamente, o lo que viene a ser lo mismo, el vínculo con la ética, queda así consolidado. Subrepticiamente, ha operado también otro movimiento fundamental: ha pasado del logos al dia-logos. ¿Acaso es necesario recordar que Sócrates no dejó por escrito sus reflexiones?

Quien sí escribió –y en abundancia– fue su discípulo Platón, de quien han perdurado los Diálogos que tienen precisamente a Sócrates como el principal protagonista. La escritura, sin embargo, es motivo de debate entre Fedro y Sócrates, quien señala que quienes se fían de lo escrito por otros acceden a una «apariencia de sabiduría» cuyo origen es ajeno, «no desde dentro, desde ellos mismos y por sí mismos». Lo que se deja por escrito permanecerá fijo, conformando un discurso del que fácilmente se podrán omitir las interrogantes respecto a quién y dónde fue formulado o pensado. El conocimiento al que aspira Sócrates es dinámico, es la permanente reflexión y cuestionamiento, surge y se renueva en el espacio compartido con otros, en la comunidad donde nadie se basta a sí mismo. El gnothi seauton resulta mucho más afín al ethos que a la episteme. A su vez, el cultivo y adquisición de la areté, de la excelsa virtud, sólo alcanza su sentido pleno en un mundo en que el actuar del ser humano se independiza de las directrices divinas.

Fuente: Historia National Geographic.Delfos, el Oráculo del dios Apolo”.

La Atenas del final del siglo V a. n. e. ya había acumulado muchos cambios, se encontraba devastada por la guerra y por el colapso de la democracia. Sócrates impulsaba más cambios aún, lo cual no era del agrado de la mayoría. Hacia el final de su comedia Las nubes, Aristófanes pone en boca de su protagonista el siguiente lamento: «¡Ay de mí por mi extravío! Qué loco estaba cuando eché fuera a los dioses por culpa de Sócrates». Los Magistrados de Atenas lo condenaron a muerte, pero la reformulación que él propuso a la inquietud por el conocimiento de sí perduró. Cinco siglos después de su muerte, Epicteto se preguntaba: «¿Por qué está escrito en la puerta el «Conócete a ti mismo», aunque nadie piense en ello?». Dos milenios después, la interrogante continúa resonando.

Respuestas humanas a preguntas humanas

Dentro de la diversidad de temas abarcados por los relatos míticos, Mircea Eliade identifica en una categoría propia aquellos relativos a la construcción de un Templo. Independiente de la cultura en que estos surjan, poseen elementos comunes relevantes, tales como un mandato divino o un plano sagrado que sirve de guía a las obras, el carácter de axis mundi (“Centro del Mundo”) que adquiere la edificación, su capacidad –en tanto “eje”– para unir los planos infernal, terrenal y celeste de la realidad. Más aún, Eliade señala que «nada puede durar si no está “animado”, si no está dotado, por un sacrificio, de un “alma”; el prototipo del rito de construcción es el sacrificio que se hizo al fundar el mundo». Al dar muerte a Pitón, Apolo genera un orden (un kosmos) dentro del caos de las fuerzas naturales; la serpiente aquí –como en la mayoría de las culturas– es símbolo de las fuerzas telúricas primordiales, aquellas que habitan tanto en el mundo subterráneo e infernal como en el terrenal y humano. Por causa de aquella muerte, Apolo debió purificarse.

Por mucho tiempo se consideró que aquellas menciones a vapores subterráneos que inspiraban a la Pitia en el instante oracular eran meras leyendas. En años recientes, las investigaciones han establecido que el Templo de Apolo en Delfos estaba construido sobre una falla geológica de la cual, en tiempos pretéritos, podrían haber emanado hidrocarburos que facilitaban el trance. Las fuerzas telúricas continuaban actuando en forma controlada: el orden no elimina el caos, pero permite dirigirlo hacia un fin.

El tránsito religioso en el Santuario de Delfos fue semejante: desde el culto a Gea –divinidad terrestre primordial–, pasando por Poseidón que encarnaba lo telúrico, para finalmente llegar a Apolo. Su arco y su lira reflejan la capacidad de controlar los ímpetus, reflexionar, calibrar las fuerzas y dirigirlas hacia un propósito establecido. Su don para la humanidad, a través del Oráculo, era aconsejar en la toma de decisiones, no simplemente predecir los eventos futuros. De allí que las respuestas fueran necesariamente ambiguas: el consejo recibido exige ser interpretado y sometido a deliberación antes de ejecutar la acción.

Nuestra época, ¿es de crisis aniquiladora o es de cambio promisorio? ¿Es colapso de aquello que teníamos por sólido y seguro, de aquello que pensamos debería permanecer siempre fijo, semejante a lo propuesto por Parménides? ¿O es, a semejanza de lo que planteaba Heráclito, permanente fluir del cual no podemos abstraernos, debiendo aprender a vivir en ella? Independiente de cómo queramos clasificarla, pareciera que la sabiduría socrática nos propone una vía que trasciende la denominación que elijamos: un ethos. Sea que los inmortales se hayan recluido en su Olimpo inmaterial, sea que la guerra y la peste nos acechen, sea que la sociedad como la conocemos tiemble desde sus cimientos: el diálogo debe prevalecer, la interpelación a quienes nos rodean debe hacerse costumbre, el pensamiento elaborado y deliberado en conjunto debe crear y abrir las posibilidades futuras. No basta con la letra, no basta con las palabras estáticas en el tiempo de lo escrito. Es necesario construir desde la apertura obtenida a partir del diálogo.

Lecturas recomendadas (y más)

Aldana Nacher, Cristina. “Mito y concepción espacial del Santuario de Apolo en Delfos”. Ars Longa: cuadernos de arte, 7–8, 1996–1997, pp. 7–13.

Arendt, Hannah. “Sócrates”. En La promesa de la política. Buenos Aires: Paidós, 2015.

Aristófanes. Comedias II. Madrid: Gredos, 2007.

BBC & The Open University. Genius of the Ancient World: Socrates. 2015. (Disponible en Netflix).

Díaz Genis, Andrea. “Conocimiento de sí”. En Diccionario Iberoamericano de Filosofía de la Educación. Fondo de Cultura Económica. Versión on-line, consultada el 05 de septiembre de 2020.

Eliade, Mircea. El mito del eterno retorno. Arquetipos y repetición. Madrid: Alianza, 2000.

— — — —— — . Historia de las creencias y las ideas religiosas. Volumen I. De la Edad de Piedra a los Misterios de Eleusis. Barcelona: Paidós Ibérica, 1999.

— — — —— — . Mito y realidad. Barcelona: Labor, 1991.

Epicteto. Disertaciones por Arriano. Madrid: Gredos, 1993.

Foucault, Michel. La hermenéutica del sujeto. Curso en el Collège de France (1981–1982). México D.F.: Fondo de Cultura Económica, 2012.

Frazer, James George. La rama dorada: Magia y religión. México, D.F.: Fondo de Cultura Económica, 2011.

García Gual, Carlos. “Prólogo”. En Platón. Mitos. Madrid: Siruela, 2001.

Graves, Robert. Los mitos griegos (Volúmenes 1 y 2). Madrid: Alianza, 1985.

Heliodoro. Las etiópicas o Teágenes y Cariclea. Madrid: Gredos, 1979.

Heródoto. Historia. Libro I-II. Madrid: Gredos, 1992.

Homero. Obras completas. Barcelona: Montaner y Simón, 1927.

Jenofonte. Recuerdos de Sócrates • Económico • Banquete • Apología de Sócrates. Madrid: Gredos, 1993.

Lattus Olmos, José. “Conócete a ti mismo como base fundamental de la formación humana”. Rev. Obstet. Ginecol. — Hosp. Santiago Oriente Dr. Luis Tisné Brousse. 2009; Vol 4 (2): 163–172.

Méndez Teruel, Óscar. “Historia y Mito: Delfos y la colonización griega”. 2018, Universidad Pompeu Fabra, Barcelona.

Movellán Luis, Mireia. “Delfos, el Oráculo del dios Apolo”. Historia National Geographic. Publicado el 13 de junio de 2017.

Nanay, Bence. “‘Know thyself’ is not just silly advice: it’s actively dangerous”. Aeon. Publicado el 16 de octubre de 2017.

Onfray, Michel. Las sabidurías de la antigüedad. Contrahistoria de la filosofía, I. Barcelona: Anagrama, 2013.

Pausanias. Descripción de Grecia. Libros VII-X. Madrid: Gredos, 1994.

Platón. Diálogos I. Madrid: Gredos, 1985.

— — . Diálogos III. Madrid: Gredos, 1988.

Rodríguez Morales, Uxmal. “De la embriaguez que viene de la tierra: el Oráculo de Delfos”. Elementos: Ciencia y cultura, 2006: octubre-diciembre, año/vol. 13, número 064, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, México, pp. 43–51.

Scott, Michael. Delfos. Barcelona: Planeta, 2015.

Sófocles. Tragedias. Madrid: Gredos, 1981.

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Hugo Ortega Gómez

Trabajador público en Salud Mental. Magíster en Filosofía. Corredor habitual. Cafetero empedernido. Disfruto la lectura y la (re)generación de preguntas.